Cuando hablamos de dolor,
es importante
diferenciar entre el dolor agudo o somático y el dolor crónico. El primero hace referencia al dolor que es causado por una lesión o enfermedad y con una duración menor a 3 meses, por ejemplo, el dolor de pierna cuando nos rompemos el fémur. Mientras que, en el segundo tipo, el dolor persiste a pesar de haber desaparecido su causa original y siendo su duración mayor a 3 meses (García et al, 2017), es decir, una vez que el fémur se ha soldado bien, la pierna nos sigue doliendo, explicándose este dolor en algunos casos por un fallo neurológico, es decir, el cerebro detecta que hay una lesión donde realmente no la hay y responde causando dolor (Pérez, 2021).
Todos hemos experimentado dolor en nuestra vida, ya que es un mecanismo de defensa, una señal de alarma, pero ¿qué hay detrás de esa percepción?
El dolor no deja de ser una sensación subjetiva, originada por una interpretación que realiza el cerebro de las señales que le llegan, aunque también suele estar influenciado por el estado de ánimo y por las vivencias personales (Pérez, 2021), por lo que no es de extrañar que se produzca una sensibilización al dolor, estando involucrados procesos emocionales y cognitivos, como la atención que le prestamos o la interpretación que hacemos del dolor y las actividades que hacemos o que dejamos de hacer por esa percepción de dolor, lo que podría llegar a ocasionar todo ello problemas psicológicos como la ansiedad, depresión, insomnio, irritabilidad, apatía, estrés… convirtiéndose así en un círculo vicioso, el cual acarrea, en la mayoría de casos, un importante deterioro en el ámbito social y laboral y por tanto baja la calidad de vida del paciente (Ortiz et al, 2017).
Si pensamos en
cómo es un día de una persona con dolor crónico, comenzaría con el despertar cansado y con una hipervigilancia, lo que puede hacer que ya esté más ansiosa, irritable y sin fuerza para realizar las actividades diarias. En este momento, cuando la persona percibe que no es capaz de tener una vida similar a la que tenía antes, empiezan a desarrollarse emociones como la frustración, baja autoestima, sentimientos de soledad, estado de ánimo depresivo, ansiedad por lo que pasará en el futuro, pensamientos catastróficos, o sensación de incertidumbre del cómo será el día de mañana y los próximos años. Además, este dolor, no sólo afecta a la propia persona, sino que las relaciones familiares o de amistad también se resienten, ya que la persona con dolor suele rechazar la realización de actividades, suele estar cansado, estresado… produciéndose finalmente un mayor aislamiento y por lo tanto un distanciamiento de sus seres queridos.
Por ello, se recomienda a las personas allegadas
tener paciencia, escuchar y en ocasiones ponernos en la piel de nuestros queridos, ya que el apoyo social es fundamental para reducir la sensación de soledad y aislamiento. Por lo general no existe un único tratamiento que cure esta afección, se pueden paliar los síntomas con fármacos, fisioterapia, ejercicio que estimule la musculación y muy importante el tratamiento psicológico centrado en terapia cognitivo-conductual (Ramos, 2023) que pueda proporcionar herramientas útiles para manejar el dolor. A través del manejo del estrés, técnicas de relajación, psicoeducación sobre el dolor crónico o cambio de las interpretaciones catastróficas.
Autora: Viktoriya Tykha y Natalia Moreno
Psicóloga del Máster General Sanitario de Psicología y Coordinadora Responsable de la Unidad de Atención Psicológica Especializada de HM Hospitales
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